martes, mayo 11, 2010


De verdad siento extrañar una ceguera que nunca tuve,
tal vez por considerarme fiel adepta de la Idea,
ferviente enamorada de las posibilidades
”de lo que puede ser o lo que pudo haber sido”
no sé, pienso en cuanto me hubiera gustado verte
no con estos ojos, sino con los de adentro.

Haberte amado y abrazado,
reconociendo al acercarme
el olor de tu cabello,
y la presión que ejercen nuestros cuerpos.

Tocarte el rostro
y sorprenderme por cada otra expresión
que no te haya sentido antes.
Verte con mis manos -quisiera-
y que fueran mis dedos
los que me contaran los secretitos de tu cuerpo.

Extraño eso que considero la verdadera vista,
pues siento que me he perdido tanto de ti viendo lo que ahora veo,
que algunas veces me siento culpable,
como si hubiera podido escoger verte tras tantos muros,
prefiriendo tu Ser a medias y no en esencia.

Cómo se revierte un deseo que jamás se ha pedido?
Cuando no estás junto a mí se me vuelven los brazos desabridos
y es por eso que albergo la idea
de una ceguera que hubiera podido guardarte en un cofre inescrutable,
haciéndome los brazos livianos al pensarte,
incurrir en tu espiritu, donde jamás hubo balance
y en opción no había caer sino precipitarse.

Imagino conocerte
sin tener respuesta a las preguntas,
bailar sin pena, dándonos mordidas placenteras,
dibujándonos en el cuerpo nuestras muelas últimas,
sólo por avidez de conocer;
a la vista le cabe doler,
cuando el sentir aún espera la sorpresa
que consterna al juicio.