Por aquello que decían tus ojos,
por lo que me hiciste ver en el desierto,
me hiciste cómplice de tus silencios,
jugamos el juego
de pensar sólo con dilemas,
escuchamos música y cerramos los oídos,
los momentos pasaron lento,
a decir verdad,
era yo quien los estaba reteniendo,
nos hablábamos al oído
y tu voz era como en mis sueños,
te había visto antes sentado sobre una nube,
despidiéndote de mí soltabas mis dedos,
me arrojaste un beso
que me golpeó la frente,
te alejaste de mi volando,
gritando que era muy valiente
el hecho de que yo permaneciera
en aquel desierto bosque de posibilidades.
jueves, marzo 30, 2006
viernes, marzo 24, 2006
A ti
Ya no me importaría perder la vista,
puesto que cuando
mis ojos te conocieron,
supe que no habría
nada más que anhelaran ver.
En realidad hubiera preferido
vivir en tinieblas
después de conocerte,
y así poder presumir
que fuiste lo último que conocí;
y vivir en tu recuerdo
siempre, siempre,
y cuando alguien citara al amor,
a la ilusión, al corazón,
a la belleza o a lo divino
traerte a mi mente y volverte a ver.
Quisiera perder la vista del mundo
y vivir en tinieblas,
siendo tu recuerdo mi única luz...
puesto que cuando
mis ojos te conocieron,
supe que no habría
nada más que anhelaran ver.
En realidad hubiera preferido
vivir en tinieblas
después de conocerte,
y así poder presumir
que fuiste lo último que conocí;
y vivir en tu recuerdo
siempre, siempre,
y cuando alguien citara al amor,
a la ilusión, al corazón,
a la belleza o a lo divino
traerte a mi mente y volverte a ver.
Quisiera perder la vista del mundo
y vivir en tinieblas,
siendo tu recuerdo mi única luz...
martes, marzo 14, 2006
El animal indirecto
Se llega a un auténtico desconcierto cuando se piensa continuamente, por una obsesión radical, que el hombre existe, que es lo que es y que no puede ser otro. Pero lo que es, mil definiciones lo denuncian y ninguna se impone; cuanto más arbitrarias son, más válidas parecen. El absurdo más alado y la banalidad mas gravosa le convienen semejantemente. La infinidad de sus atributos componene el ser más impreciso que podamos concebir. Mientras que los animales van directamente a su fin, él se pierde en rodeos; es el animal indirecto por excelencia. Sus reflejos improbables -de cuyo relajamiento resulta la conciencia- le transforman en un convalenciente que aspira a la enfermedad. Nada en él es sano, salvo el hecho de haberlo sido. Sea ángel que perdió sus alas o mono que extravió su pelo, no ha podido emerger del anonimato de las criaturas más que gracias a los eclipses de su salud. Su sangre mal compuesta ha permitido la infiltración de incertidumbres, de esbozos de problemas; su vitalidad mal dispuesta, la intrusión de puntos de interrogación y de signos de admiración. ¿Cómo definir el virus que, royendo su somnolencia, le ha agobiado de vigilias en medio de la siesta de los seres? !Qué gusano se apoderó de su reposo, qué agente primitivo del conocimiento le obligó al retraso de los actos, al refrenamiento de los deseos? ¿quién introdujo la primera languidez en su ferocidad? Salido del informe montón de los otros vivientes, se ha cerado una confusión más sutil, ha explotado con minucia los males de una vida arrancada de sí misma. De todo lo que ha emprendido para curarse de sí mismo, se ha formado una enfermedad más extraña: su "civilización" no es más que el esfuerzo para encontrar remedios a un estado incurable y deseado. El espíritu se aja al acercarse la salud: el hombre es inválido o no es. Cuando tras haber pensado en todo, piensa en sí mismo -pues no llega hasta este punto más que por el rodeo del universo y como último problema que se plantea- queda sorprendido y confuso. Pero continúa prefiriendo su propio fracaso a la naturaleza que fracasa eternamente en la salud.
Cioran
Se llega a un auténtico desconcierto cuando se piensa continuamente, por una obsesión radical, que el hombre existe, que es lo que es y que no puede ser otro. Pero lo que es, mil definiciones lo denuncian y ninguna se impone; cuanto más arbitrarias son, más válidas parecen. El absurdo más alado y la banalidad mas gravosa le convienen semejantemente. La infinidad de sus atributos componene el ser más impreciso que podamos concebir. Mientras que los animales van directamente a su fin, él se pierde en rodeos; es el animal indirecto por excelencia. Sus reflejos improbables -de cuyo relajamiento resulta la conciencia- le transforman en un convalenciente que aspira a la enfermedad. Nada en él es sano, salvo el hecho de haberlo sido. Sea ángel que perdió sus alas o mono que extravió su pelo, no ha podido emerger del anonimato de las criaturas más que gracias a los eclipses de su salud. Su sangre mal compuesta ha permitido la infiltración de incertidumbres, de esbozos de problemas; su vitalidad mal dispuesta, la intrusión de puntos de interrogación y de signos de admiración. ¿Cómo definir el virus que, royendo su somnolencia, le ha agobiado de vigilias en medio de la siesta de los seres? !Qué gusano se apoderó de su reposo, qué agente primitivo del conocimiento le obligó al retraso de los actos, al refrenamiento de los deseos? ¿quién introdujo la primera languidez en su ferocidad? Salido del informe montón de los otros vivientes, se ha cerado una confusión más sutil, ha explotado con minucia los males de una vida arrancada de sí misma. De todo lo que ha emprendido para curarse de sí mismo, se ha formado una enfermedad más extraña: su "civilización" no es más que el esfuerzo para encontrar remedios a un estado incurable y deseado. El espíritu se aja al acercarse la salud: el hombre es inválido o no es. Cuando tras haber pensado en todo, piensa en sí mismo -pues no llega hasta este punto más que por el rodeo del universo y como último problema que se plantea- queda sorprendido y confuso. Pero continúa prefiriendo su propio fracaso a la naturaleza que fracasa eternamente en la salud.
Cioran
jueves, marzo 09, 2006
Suscribirse a:
Entradas (Atom)