He dedicado mi vida al estudio
de unas letras
que aún en sí mismas son odiadas
por su impotencia,
llevan como todo aquí
en su novedad su ruina,
hay muchas palabras que juntas
ya no van más, como "aproximación",
cita de viejas amigas
que dejaron de reunirse a tomar el té
porque la sociedad no lo creyó
suficientemente remunerable.
Hubo combinaciones de letras
que aprendí que existían,
tantas, que algunas dejaron ver más
que "nuevas palabras" o "nuevos conceptos",
eran la "nueva desesperación"
por salir de una rutina que
dejó de alimentar la "verdad".
Palabras escalonadas,
no sé decirlo en orden,
sólo en niveles,
que pudieron darme este sentimiento
el de entender lo que hay en las palabras:
nada.
Sopa de letras donde
encontraba ideas y pensamientos,
formas o maticez, pero jamás palabras;
reconocí también
manchados signos trillados,
y hasta ridiculizados con colas
largas de carnaval, sostenidas
por los reyes del obsceno verbo,
tapetes de esnobs se desplegaban
al paso de la versatilidad discursiva
largamente sostenida.
En tal dedicación de vida,
ésta arboleda lingüística
tocando, me permitió
enamorarme de la madera,
y detenerme al brote.
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