Estaba en mi cama, bajo las cobijas -tenía frío- y al principio un poco de miedo, un miedo que iba y venía constantemente; por un lado, lo alejaba el hecho de sentirme ridícula por mi comportamiento asustadizo, similar al de una niña pequeña, por otro lado, el hecho de que a mis 30 aún hubiera cosas que me hicieran sentir así, como cuando tenía 8.
Cuántas cosas había vivido!, de cuántas había tenido experiencia, y aún así, volver a sentir la ausencia de control provocándome ansiedad, era insoportable. Ya ni siquiera podía adjudicárselo al hecho, sino más bien a la idea.
De ahí me vino la extraña combinación de asco y pánico.
Me di asco por provocarme este tipo de situaciones, me di asco porque la causa de mi malestar se encontraba en mi. En esta maldita necesidad por tener el control sobre mis aprendidas asociaciones de ideas. Por no deseducarme a tiempo. Aprendí como todos a desarrollar y asociar ciertas ideas a este sentimiento, que en realidad no puedo justificar, sólo sucede así, por costumbre.
El pánico se apoderó de mí después, lo logró una vez que hice conciente mi asco, porque habría más ideas que me harían temer, porque no sería libre en mi temor, ya estoy determinada, sé a qué temer.
Más tarde -por la madrugada-, pude dormir, cerré mis ojos con una sonrisa en los labios; podía ser que no fuera dueña originario de mis miedos, pero lo era de mi pánico, porque me ví conciente del asco a "mis" miedos.
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